PERSECUTA
Ahora, todo liso. Pero en ese momento, quedé roto. Recién me despertaban los gritos de mi vieja desde la cocina y no podía creer, de ninguna manera, mientras me refregaba los ojos, de tan dormido que estaba, que era así lo que pasaba. Porque veía, por encima del despelote en el que había quedado la pieza, con la campera tirada en el suelo y los cajones abiertos de los muebles, por la ventana, sí, allá afuera en el patio de luz, veía que se abría la puerta corrediza y mi vieja me señalaba con el índice y los canas pasaban el marco y si eso era un sueño o no, qué se yo qué tipo de delirio, la verdad es que no entendía un carajo. Me quedé lacio en la cama. Y lo único que pensé fue en agarrar los pantalones y ponérmelos, porque era evidente que me venían a buscar y no sabía o, mejor dicho, no me acordaba porqué. Uno de los policías, el gordito colorado, tenía los cachetes que parecían maquillados y traía una camisa desabrochada en el pupo, a punto de reventar y una cara que daba más risa que miedo. Por eso, pensé que estaba soñando. El otro era un petiso con cara de serio; pero con cara nomás, porque se notaba que tenía que hacer más fuerza para hacerse el importante de lo que era. Así suelen ser las cosas, en esos momentos en que parece que todo es decisivo, uno no para de pensar y de reírse del resto, a pesar de que el corazón parecía querer quebrarme y escaparse, saltando en el despelote de la pieza, por la ventana. Y así fue, justo cuando me estaba terminando de subir el cierre, los policías desaparecieron de la visión en el patio y se abrió la puerta y el gordito me preguntaba si yo era Rafael Brunus y le respondía que sí con la cabeza y el petiso importante me decía que los tenía que acompañar, que estaba detenido por… no me acuerdo cuál era la palabra, rara, tanto, que me pareció que significase lo que significase eso no existía o no podía existir. De tan grave, de tan horroroso que sonaba. La incógnita sobre la calidad alucinada o no de todo, se terminó de formar cuando el gordito improvisó unas esposas con la funda que le sacó a la almohada y me ató las muñecas a la espalda y me llevó, así, te lo juro, hasta el patrullero. Mi vieja no paraba de llorar y mi hermanita se había metido entre sus patas y asomaba la cabeza, asustada, entre las dos rodillas. La gente en la calle parecía una bandada de locos que decían cosas que no alcanzaba a escuchar de tantas, tantas historias, unas más ciertas que otras, que inventaban. Y fue recién cuando llegué a la comisaría y me dijeron sobre la denuncia, que me enteré qué había pasado: todo había sido por el puto de Marcos Juárez.
Tanto lío por un puto. Una boludez; pero me había denunciado y ahí estaba, con los canas que me preguntaban qué había hecho la noche anterior y yo, tratando de acordarme de los detalles, porque de verdad, del pedo que me había pegado no podía siquiera coordinar dos imágenes sucesivas y coherentes de lo que había hecho. Imaginé que era lo de siempre y confesé eso y los policías me miraron como si lo que había declarado hubiera sido la más pura realidad, la más pura verdad surgida de la mente del criminal con los recuerdos y la consciencia más perfecta de su delito. Pero en serio, ni ahí que recuerdo un carajo. Mejor dicho, nada hasta que salí de la disco. Había ido con la idea fija ya; pero no sé si la concreté o no. La cosa era así: salimos con el Paco a las doce, más o menos, nos tomamos un remis en la Terminal y nos dejó en Dalí. De puros corajudos nomás, porque sabíamos que, como siempre, no nos iban a dejar entrar, porque tenés que tener más de 25 y los patovicas ortivas esos te frenan en la puerta y te hacen pelar el documento y ni ahí que pasás. Pero esta vez fue distinto; justo cuando llegamos, no sé cómo, los patovicas no estaban y me mandé de una a la ventanilla y ninguna pregunta y los treinta pesos y las entradas. Estábamos re locos los dos. Un flash. Pudimos entrar otra vez a Dalí y lo bueno, viste, es que ni te preguntan nada para darte una birra o un fernet o lo que se te ocurra. Empinamos para la barra, la de arriba, porque la pista de abajo es chiquita y nunca pasa nada; en cambio, arriba, las luces, las minas con pollerita corta, el cuarteto y todo. Bueno, vos conocés, ¿o no fuiste nunca? Por eso, viste que arriba está más bueno. La cosa es que no metimos freno de mano en la barra y empezamos a pedir. Me tomé de todo, cerveza, whisky, cuba libre, lo que pienses, eso lo tomé. A la hora estaba sin un mango. Y ya se me nublaba la vista. Encima tenía que pagarle el cable a mi vieja, que me venía rompiendo las pelotas desde hacía una semana con el cable y el cable y no había dejado un peso en mi casa y me quemé todo ahí, en la barra. Pero como sabía que iba a ser así; o sea, sabía que si por esas suertes que se dan una o dos veces por año, nos dejaban entrar en Dalí, me iba a gastar todo, hasta los piojos y, por eso, yo tenía plan b. Había ido con esa idea, la de siempre y una mierda me importaba concretarla. Pero eso es una idea, porque después, al rato nomás, lo único que quedan son cosas sueltas. La cara de Paco. Una luz que se apaga y se enciende y gira en la espalda y la noche, azul y llena de lucecitas arriba que me dice que corra, que corra. Entonces, los eucaliptos al costado de la ruta. Paco dormido en el asiento trasero y el vómito en la plaza y la puerta de mi casa y al otro día mi mamá que me señala con el índice mientras pasan los policías. Eso, nada más.
Sí, tenés razón. No te conté la idea. Para nada original, por cierto. Lo mismo de siempre. Bueno, pero a vos nunca te dije, porque me daba vergüenza, qué sé yo. Eso. Pero si te lo digo ahora, no es para que después vayas por ahí y lo desparrrames porque me jodés la vida, vos sabés mejor que yo como es la gente en este pueblo de mierda. Pero nada, no quiero que digas nada. ¿Me lo prometés? No, mejor no te digo nada. Porque si no. No, no, no. Para qué si total lo importante es que los abogados me dijeron que no pasa nada, que es un antecedente, eso sí. Pero que en cana no voy a ir, si es que no lo vuelvo a hacer; aunque el Puto ese tiene plata –y eso me lo advirtieron – y si quiere me manda hasta las manos atrás de las rejas si llega a declarar algo más raro de lo que yo imagino y supongo que pasó. Por suerte ni siquiera en el diario salió nada. Bueno, sí, que me llevó la policía; pero nada de nada porqué. Un quemo. Ahora es como que todos me miran en la calle o siento eso, qué sé yo. No, en serio, no quiero contarte. Prefiero dejar que el silencio corra, que nadie sepa y vos tampoco. No es que desconfíe; pero si llegás a decir siquiera A, acá después te alargan todo el abecedario y se te cagan de risa. No, no es para que te enojes. Claro que confío en vos. Es que es sólo eso, que a lo mejor se te escapa algo; eso siempre pasa; nadie puede sostener íntegramente un secreto salvo que lo comprometa a él mismo; y sos humano y se te va a escapar y no quiero el puterío después y tener que dar explicaciones a nadie. Menos por lo del puto. No te pongas así, por favor, me hacés sentir re mal. Bueno, está bien. Te cuento.
¿Pero qué? Digo, porque lo que pasó verdaderamente, no sé. Por eso. ¿Te hablo de la idea, de lo que declaré o de lo que hice otras veces? Ok. Te hago un combo. Capaz que de ahí sale lo más cercano a la realidad o no, nada que ver; pero para que te hagas una idea y, de paso, yo también. No te rías, que estoy re traumado con esto. No sabés lo que siento, lo que me pasa acá adentro: es como si el caos no pudiera aguantarse. Contenerse. Qué sé yo. Todo revuelto. No seas ansioso. Está bien, está bien, calmáte. Lo que pensé con Paco era que si salía de ahí, me iba a la casa del puto y listo. No. Pasa esto. Ya la otra vez, hace mucho, yo sabía que el Peba un día se encontró con Corteggiaro en Dalí. La cosa es que se fueron a la casa y el Peba se le instaló. Vos viste que Corteggiaro tiene toda la plata. ¿Ah, no sabías que era puto? El mismo, el dueño de la concesionaria y de la fábrica de maquinaria esa, sí, la que está en el campo, en la entrada de la ciudad. Por eso. Mucha, pero mucha plata. Y el Peba se le instaló y apareció en Leones con una moto, después con el BMW y pilchita de marca y viajecito acá y allá. Hasta que se fue a Córdoba a estudiar. Dicen que él le está pagando los estudios. Y bueno, una vuelta, yo pensé, de borracho, el pedo que tenía era increíble y se ve que las burbujitas del champagne se amontanaron en el cerebro y le hicieron a las neuronas pensar. Algo mágico. Pensé. Y estuvo buenísimo. Esa vuelta, supuse que si iba por la ruta y me metía al campo, a la casa que tiene el puto ahí, cerca del bulo de Marcos Juárez, y le decía que me gustaba mucho, que siempre lo había deseado y que me había enamorado de él; tal vez así, creía que me iba a ver y se iba a dar cuenta de que yo era más lindo que el Peba y que quería que lo cogiera. Los putos son así. Ven una poronga y quedan desmayados. Y más si es rubia, te dan la vida. Y el Peba es un pobre negrito. Es feo. En cambio yo. La cosa es que salí del boliche. Creo que esa noche habíamos estado en la Chavela. Le dije al Paco Yo me tengo que quedar a resolver unos asuntos y metí primera y me fui por el Boulevar hasta la ruta. Le dí pata. Un frío hacía esa madugrada; encima yo transpirado de tanto bailar y con el alcohol y los autos y camiones que pasaban y algunos hasta me hacían señas de luces. Creo que a veces porque andaba por el medio de la ruta. Sí. Un peligro. Pero si uno no corre riesgos, no pasa nada. Pensé todas las alternativas. Lo podía enamorar y hacerle firmar algo y después matarlo y me quedaba con todo. Pero para eso, me tenía que ir a vivir con él un tiempo e imagináte lo que iban a decir; mi viejo me mata y, además, yo no soy puto, ni gay, ni nada. Pero la vida es así. Los putos tienen suerte. Son los únicos que tienen suerte y plata. Y uno que es normal, que no anda en cosas raras ni nada, que hace lo que se debe, es un tirado. Me da bronca. Tanta, que la otra alternativa que pensé era directamente en matarlo por puto, por mierda, y meterme en la caja fuerte y sacarle todo. Pero imagináte. Preso de por vida. Porque seguro que contrataban hasta el FBI para descubrir el culpable, con la guita que tiene. La otra, que fue la que elegí esa noche, era cogerlo cada tanto hasta tenerlo rendido a mis pies y hacerme el duro para negociar sumas de dinero que, a lo mejor no me sacaban de pobre; pero me ayudaban a vivir sin laburar. El sueño del pibe. Obvio que de eso no declaré nada. No, le dije que me gustaba ir a molestarlo, por puto. Y que siempre cuando salía de la disco, me ponía en pedo y no podía parar. Una fuerza que me llevaba a cagarle a patadas la puerta hasta que me abría e insultarlo y pedirle que cambie de vida; eso. No, esa noche, no salió. Fue así. Llegué hasta la casa. Varias veces. No fue la única. Abrí la tranca que da a la ruta y caminé por la calle de plátanos hasta la galería. Tiene un par de perros atados que ladran como la mierda; pero no muerden. Así que bueno. Llegué y le toqué la puerta. Nada. Una tumba parecía. Volví a golpear. Esta vez, sentí que alguien se movía dentro de la casa, que me miraba del otro lado de los postigos del ventanal que da a la galería. Así que le dije que lo amaba, que atendiera a este pobre borracho que lo único que quería era su amor. Al ratito, los pasos. Y una voz que me dice que Por favor, andáte. Es muy tarde. No te conozco y no me interesa lo que te pasa a vos. Perdonáme, pero no quiero nada con vos. Imagináte la bronca. La yugular así. Un odio me brotó que te juro las ganas de matar a esa mierda. Hasta hacía poco había pensado hasta en cogerlo, en hacerle el favor. Yo, un pendejo, rubiecito, qué mejor para él. Y me dice que me vaya. ¡Y me había visto, porque lo sentí atrás de los postigos, siempre, cada una de las noches en que fui! ¡Y nada! Te juro que cada vez más bronca. Más ganas de matarlo. Por puto. Por humillarme así, hacerme ir hasta ahí, exponerme y después, siempre, que me vaya. Odio, te juro, odio que aumentaba y más y más, cada vez. La primera noche le cagué a patadas la puerta, pidiéndole que me abriera, que me diera amor, que no me dejara así. Y no. Otra vuelta, le cagué a piedrazos las ventanas. Le rompí un par de vidrios. Hasta una noche me abrió y me dijo que lo entendiera. Que era un hombre grande y que no podía estar conmigo. Y con el Peba, sí. Ese pendejo de mierda. Así que agarré y le partí la cara de una piña y le dije: pero puto, vos te creés que yo tengo interés en vos, pelotudo, degenerado. Lo único que quiero es reírme de que seas tan mierda. Y le pegué otra y me fui. Me contuve para no sacar la botella de whisky y cortarlo todo. Te juro. Y eso fue lo que declaré como mucho también. Que le había pegado una trompada; pero que no quise hacerlo, que era por borracho nomás que hacía todo eso. No, mirá si lo voy a matar, no me hubieran dejado suelto así como así. Aunque la idea de esa noche, era cagarle a tiros la casa. Había conseguido una calibre 22 en lo de Corcho, el cana. Se la compré y con bala y todo. Y la saqué a pasear esa noche. Con la idea fija. Si me quedaba seco, iba hasta lo del puto y le pedía plata y amor, por amor o por lo que se diera y si se negaba como siempre le cagaba a tiros la casa. Y no sé qué hice, porque, en realidad, no encontré la pistola todavía. Me parece que se me perdió cuando corrí; ahora que me acuerdo, Paco me pasó a buscar en un remis y creo que corrí, como desesperado, no sé porqué, o sí, porque Paco me gritaba Corré, corré, dale, pelotudo y el remisero con los ojos enormes del otro lado, y capaz de lo tan asustado que estaba, se me cayó. Ahora que lo pienso me da miedo. No, matarlo, no. A lo sumo un par de tiros al aire. No sé. Igual, no creo que haga nada. Es un puto. Le debe dar más vergüenza que a mí. Imagináte semejante escándalo. Pero que no se crea que esto va a quedar así. Ni en pedo.